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¡Gracias!

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16/11/2017 | Total de leidas: 536

Orgullo, solidaridad y confianza son virtudes de la selección de fútbol que, después de 36 años, nos regaló un Mundial.

 

Se dice que hay tres cosas que no se discuten en la mesa: política, religión y fútbol. Pero desde hace un buen tiempo no hay mejor acompañamiento para la gastronomía local que el bendito deporte de 11 contra 11, sea a la hora de comer, sea para inflar el pecho de orgullo.

Qué difícil nos resultaba hablar de orgullo en un país con tantas carencias y problemas, y en el que la creencia de que el peor enemigo de un peruano era otro nos ha acompañado durante años. ¿Cuánto de ese desmoralizador panorama puede cambiar gracias a algo tan mundano como una competencia deportiva?

Pues veamos, Ricardo Gareca presentaba índices de aprobación en su gestión al mando del equipo nacional con los que ningún líder político, gremial o empresarial podría siquiera soñar (97% entre los aficionados al fútbol en Lima, según Ipsos). Los niveles de confianza en la selección nacional y en su clasificación a la Copa del Mundo de Rusia del 2018 (85% en la misma encuesta) serían la envidia de cualquier medición de confianza empresarial o del consumidor, hoy lamentablemente alicaídos.

Y, lo mejor de todo, no se trata de una confianza ciega en el entrenador nacional y sus jugadores. Se trata de una cuestión de confianza rechazada (en marzo del 2015, solo un 25% de limeños apostaba por la clasificación; y un año después, la moral nacional estaba por los suelos tras la derrota de la sexta fecha que nos colocaba en la octava posición de la tabla de las Eliminatorias, con apenas cuatro de los dieciocho puntos disputados), discutida (como cuando se cuestionó la convocatoria de Christian Cueva a la Copa América del 2015, la postergación y ulterior recuperación de jugadores como Luis Advíncula y Jefferson Farfán, o la titularidad del arquero Carlos Cáceda hace apenas dos meses en la fecha doble ante Bolivia y Ecuador)… y finalmente ganada. Hoy se pueden criticar y debatir las decisiones y acciones del seleccionado, pero no dejar de apoyarlas y alentarlas.

No es común tampoco ver tantas camisetas blanquirrojas en las calles, ni tantas banderas en los automóviles, casas y edificios, casi cuatro meses después de la fecha conmemorativa de nuestra independencia. Pero parece que un sentido de patriotismo ha inundado el país sin necesidad de una ley u ordenanza que obligue a usar los colores que ahora lo pintan.

De hecho, para aquellos que trabajan hasta tarde, ni siquiera fue necesario un decreto supremo como el dictado por el Ejecutivo con ocasión del duelo ante Colombia, por el que se suspendió la jornada laboral a partir de las 16 horas, pues ya existía un pacto expreso o implícito entre trabajadores y empleadores para detenerse ayer por 90 minutos frente a un televisor o en el Estadio Nacional.

Estas Eliminatorias serán recordadas por varios hitos deportivos, como los cinco partidos consecutivos invictos que no se veían desde el torneo previo al Mundial de México 86, o el primer triunfo como visitante (ante Paraguay) en 12 años, o la primera victoria como visitante en Quito en toda la historia de campeonatos premundialistas.

Pero habría que recordarlas, sobre todo, por lo que consiguió el país fuera del césped: unir a más de 30 millones de peruanos en el sentimiento de orgullo por lo que es propio, sentir confianza en los connacionales y sus decisiones aun cuando no las compartamos del todo, aprender a ser solidarios y llegar a acuerdos en la búsqueda de un objetivo común.

Ayer conseguimos la clasificación al Mundial y nos permitió dar ese grito, escribir ese editorial, dibujar esa portada que teníamos atragantados desde hace 36 años, pero lo que ganamos durante el proceso fue mucho más. Por eso, ¡gracias!

 

Fuente: EL Comercio

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